miércoles 10 de junio de 2015
La presencia de Felipe González en Venezuela aviva la polémica sobre los límites de la soberanía de un país. Hasta dónde un actor político venido de otras tierras puede ir más allá de opinar sobre la situación de una nación y jugar un rol de asesor en la defensa de detenidos por razones políticas o conexas.
Ese tema lo abordé en días recientes con el periodista español residenciado en Francia, Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique . Le preguntaba sobre la diferencia entre su visita a Venezuela y la de Felipe González. Ambos, obviamente, opinan políticamente sobre un país que no es el suyo. La diferencia, argumentó Ramonet, es que una cosa es opinar y otra es actuar. Es un hecho que González no podrá participar formalmente de la defensa de López y Ceballos ni siquiera en calidad de asesor técnico.
El Tribunal Supremo de Justicia, por intermedio de su presidenta, Gladys Gutiérrez, ha declarado que el ex jefe de gobierno de España no tiene cualidad para participar en la defensa de Leopoldo Lopez y Daniel Ceballos en calidad de abogado , ni podría actuar como asesor de asesor técnico porque no ha documentado ante los tribunales venezolanos poseer "especiales competencias técnicas".
En ningún caso es saludable la interferencia en los asuntos internos de un país, porque invariablemente se deriva hacia el doble discurso. Aceptamos como buena la intervención que nos simpatiza y condenamos la que nos produce alergia.
La cuestión va más allá de los formalismos técnicos. Es un asunto estrictamente político, donde cada factor juega sus cartas a conveniencia, como debe ser. La oposición, y particularmente el sector de Leopoldo López agrupado en Voluntad Popular y secundado por otros grupos tan o más radicales, apuntan a la presión internacional para forzar la toma de decisiones que se traduzcan en la liberación de todos o de la mayor cantidad de detenidos o cuando menos en la mejora de sus condiciones de reclusión. También es parte, obviamente, de la campaña electoral de cara a los comicios parlamentarios. De eso no cabe duda.
El gobierno, por su parte, aprovecha la llegada de González para activar su estructura político−electoral bajo el argumento de la defensa de la soberanía y contra cualquier forma de intervencionismo. Eso lo haría el gobierno de Rajoy en España si algún dirigente del chavismo pretendiera asumir un rol como parte de la defensa de algún detenido por razones políticas o conexas. Obviamente, ningún gobierno aceptaría de buena gana una visita con el objetivo que tiene la de esa prominente figura de la política española.
A propósito de la molestia manifestada por el chavismo ante la visita de Felipe, ha circulado en estos días una fotografía del encuentro que sostuvo el fallecido presidente Hugo Chávez con González. Eran momentos distintos. La finalidad de la visita del político español no era la que hoy se propone. Lo que la foto deja como mensaje es el conocido refrán según el cual lo cortés no quita lo valiente. Cuando Felipe se vio con Chávez vino en otra tónica, aunque ya era un crítico del entonces mandatario venezolano.
Creo que mejores resultados le daría al gobierno un recibimiento a González en Miraflores, donde tanto Maduro como el visitante se escuchen y se digan lo que se tienen que decir. Y también pienso que al propio González y a quienes lo convencieron de venir a Venezuela les habría sido de mayor provecho enmarcar su visita en la promoción del diálogo y no en la interferencia en procesos judiciales. El problema es cuando las agendas políticas privan por sobre lo que manda la sensatez y la política con P mayúscula.
Resultado previsible de esa visita: en la práctica ninguno, salvo que cada bando insistirá en su discurso. No olvidemos que más allá de cualquier circunstancia estamos en campaña electoral. Y ninguno de los actores de este complicado teatro que es Venezuela mueve una pieza sin hacer los respectivos cálculos de cara a un proceso que, pese a no tener fecha, va porque si, salvo que lo impida algún cataclismo.
Roberto Hernández W.
El pasado viernes falleció el doctor Roberto Hernández Wonsiedler, ex ministro del Trabajo, ex vicepresidente de la Asamblea Nacional. Durante muchos años fue dirigente del PCV, hasta que abandonara sus filas para sumarse junto a un grupo de comunistas al PSUV. Roberto asumió la defensa de presos políticos en los años sesenta y también tuvo mucha actividad ligada a la defensa de los derechos de los trabajadores. Fue compañero de nuestro padre y un gran amigo de la familia Villegas. Nuestras condolencias a toda su familia, especialmente a su hija Taynem, colega y amiga muy querida.
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