Fuente: Xinhua |
La semana pasada visité la capital china y, entre la
contaminación, los atascos, los problemas con los taxis, sólo estuve, en una
semana, dos horas afuera de la
Oficina y del Hotel. Tuve la suerte de que los temas de
trabajo los pude resolver en la
Oficina, dentro del mismo complejo donde estaba el hotel
donde me alojaba, lo cual me permitió no salir a la calle.
No sólo se trata de que del Beijing de mediados de los años
70 ya casi no queda nada –salvo los monumentos históricos y algunos parques-
sino que hasta hace unos diez años la capital china era mucho más agradable,
habitable, de lo que es en la actualidad.
Sí, es verdad, Beijing era más “pobre”, no conseguíamos con
facilidad muchos artículos de uso diario y aprovechábamos para traerlos en
nuestros viajes al exterior. Y eso también tenía en cierta medida un encanto,
ya que disfrutábamos más cuando llegaban a nuestras manos esos productos.
Pero podíamos, y nos gustaba, andar en bicicleta, caminar
por calles arboladas, ir a pasear o remar a los parques en verano y a patinar
sobre hielo en invierno. Ahora, las continuas alertas amarillas llaman a la
población a “reducir sus actividades en el exterior”.
Éramos “descubridores” de lugares de interés, de tiendas
especiales, de restaurantes. La pequeña comunidad extranjera estaba muy unida;
casi todos los fines de semana había alguna fiesta o reunión en casa de alguien,
y en verano nos sentábamos afuera a tomar cerveza o “qishui” (agua gaseosa con
sabor a naranja). Jugábamos al ping-pong , al bádminton, al fútbol y en verano
teníamos la piscina del Hotel de la
Amistad o del Hotel de las Colinas Perfumadas.
Los primeros restaurantes extranjeros privados que se
abrieron tras la apertura al exterior, como el famoso “Mediterráneo” o el
español “Mare” se convirtieron en lugares de encuentros inolvidables por lo
menos para la comunidad de habla hispana.
Ahora Beijing es un bosque de rascacielos que parece que
compitieran a ver cuál de ellos es más “raro”, de autopistas atascadas día y
noche, de barreras arquitectónicas que obligan al peatón a estar constantemente
cruzando puentes o túneles, donde es difícil conseguir un taxi y se puede
tardar una hora para recorrer cuatro kilómetros. Y aparte de eso es una ciudad
cada vez más cara. Andar en bicicleta es una actividad que se ha vuelto
peligrosa, por el tráfico, por la contaminación, y minoritaria.
Es verdad que con la “modernización” y el “progreso” otras
ciudades del mundo también han cambiado y son peores que en décadas atrás; pero
también es verdad que otras han cambiado para bien, pensando en los habitantes
y visitantes de las mismas.
En la capital china se han perdido tradiciones, como los
baños públicos, el jugar al ajedrez o a las cartas en la calle, el que la
ciudad se inundara de sandías en verano y de coles chinas en invierno. Beijing
tenía sus cuatro estaciones (es verdad que el verano y el invierno más largas
que la primavera y el otoño) cada una con su característica propia, sus
colores, sus comidas, sus olores, su clima, su paisaje.
Ahora la macro-urbe sin personalidad, queda escondida y
borrosa en medio de la contaminación a tal punto que –al igual que el hombre
que muerde al perro- la noticia ya no es la contaminación sino cuando amanece y
perdura un día claro, con aire limpio y cielo azul.
Las estadísticas de las empresas de transporte muestran que
son más los extranjeros que se van de Beijing que los que llegan. Varias son
las razones, entre ellas la contaminación, los cambios en la economía china, y
las nuevas normas de las autoridades que obligan a marcharse del país a los
extranjeros mayores de 60 años, muchos de ellos con décadas de residencia en
China. O sea que encima de todo ya cada vez queda menos gente para ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario