viernes, 3 de febrero de 2017

Alexander Guerrero E.: El fin del Estado petrolero. La única salida, privatizar la industria petrolera – La Patilla

Fuent: El Pitazo


Unica salida, privatizar la industria petrolera y contratos de extracción y producción.


Esa relación es fatal, en el largo plazo no tiene solución óptima, se llegó al punto de inflexión, entre el concepto de renta y el de beneficio. Probablemente la solución en el pasado hace más de veinte años, pudo haber llegado con el movimiento hacia la eliminación del monopolio estatal y a la privatización, una visión tímida en aquel momento, pero quizás adecuada al entorno político e institucional que se veía de un derretimiento del sistema financiero privado que colapsaba en medio de un fisco colapsado por el salvamento de aquella crisis. Esa solución venia como ajuste después de veinte años del mayor error cometido en relación al petróleo y su entorno económico, la nacionalización y creación del monopolio estatal, después de todo los yacimientos son del Estado desde Carlos V.



La apertura, sin embargo, abrió la caja de Pandora de los espíritus animales del nacionalismo petrolero, quienes exacerbaron los incentivos políticos, de aquellos sectores que tradicionalmente habían depredado la industria petrolera -el ingreso petrolero-  desde una cómoda posición rentista, la política y sus corporaciones, la corporación militar, sectores mercantilistas corporativos del capital privado y sindicales laborales, y toda la “cultura nacional” que libaba del petroleo. A lo largo de décadas, -desde 1945 y desde 1958 una espesa nube de intereses logro crear el gran consenso nacional, el petroleo es del Estado, a todo evento y punto, cualquier discusión al respecto era fulminada, donde quiera que ella se exprese, inclusive en el mundo académico.



Desde 1958 esos incentivos superaron a la racionalidad económica, estaba en peligro la fuente que alimenta la política y su clientela y le daba forma al rentismo petrolero, el medio académico y cultural, la intelligentzia, se refugió en ese consenso, cualquier mención a privatizar la industria era perseguido culturalmente, había que callar aquellos pequeños grupos que planteábamos que la apertura petrolera debió haber fundado un marco constitucional de mayor seguridad jurídica -del que se sustentaba y  a medias-  que le diera fundamento y durabilidad al proceso de retorno del capital privado. Aun bajo los que esquemas de participación y propiedad de débil factura en términos de la seguridad jurídica que mostraban los contratos con el cual se llevó a cabo la apertura. La respuesta de las corporaciones políticas, fue que “era mejor no alborotar un avispero”, una expresión algo naive, que provenía de un alto dirigente político, quien así respondió a mi crítica sobre los riesgos de inseguridad jurídica que mostraban los contratos de apertura petrolera, dado que era plenamente conocido que el nacionalismo petrolero se expresado ampliamente y conducido a la estatización y que se activó con la Constitución de 1961 haya la estatización final en 1975.



Así, con la apertura el “consenso” daba un paso hacia adelante y lo hacía con fusiles y con votos, y allí estaban también presentes grupos y sus representantes que habían estado activos y a favor del proceso de apertura en los noventa; pero ahora estaban refrescando su nacionalismo, con la vuelta a la estatización, cuyas reglas fueron explicitadas en la Constitución del 1999 y puestas en marcha en la legislación petrolera que de inmediato emprendió la AN. El rentismo petrolero viviría una época intensa porque los precios, como un windfall, el lado izquierdo de la asimetría, alimentaron la presión fiscal que engordaba al Estado y al gobierno, reduciendo con ello la industria petrolera a un 7% en relación al PIB para hoy, desde un 25% que mostraba la apertura desde 1995.



Esa estatización acabaría en los hechos con los contratos de empresas mixtas, las participaciones de los privados extranjeros en las empresas mixtas veían sus derechos de propiedad sobre aquella renta que supuestamente les pertenecía, -según contratos- convertidos en cuentas por cobrar, su socio mayoritario el Estado – a través de PDVSA- confiscaba sus haberes convirtiéndolos en su deuda. Posteriormente entre 2013 y 2016, al sentirse con fuerza los efectos del engorde del Estado y la descapitalización de la industria en consecuencia, requirió que esas deudas se convirtieran en capital, en acuerdos igualmente sin mayor seguridad jurídica.



En otras palabras, los cambios que se suscitaban bajo las nuevas reglas no generaron los mejores ventures, dado que se cambiaron socios AAA por socios sin capital ni tecnología, todo lo cual sumo a la descapitalización de toda la industria petrolera. Esta es una de las facetas de la primera cara se esa asimetría, que exponemos en el título de esta nota, su representación. Más adelante definimos esta relación entre el petroleo y la política, la cual fue transfería a un amplio espectro social pero también al mundo esotérico bajo cuyo prisma el venezolano fue acostumbrado a ver su posición respecto de la renta del petroleo. 



¿Cómo llegamos a ese final? Elaborando sobre las deplorables condiciones que hoy presenta la industria petrolera nacional, encontramos que después de casi dos décadas operando bajo la irracionalidad de unos incentivos que definen la renta -toda- petrolera como ingreso fiscal, y convertida en monopolio estatal nuevamente y con contratos de asociación -para distribuir beneficios- representados con derechos de propiedad mal definidos.



Estos derechos de propiedad impiden el ejercicio pleno de disponibilidad sobre la renta ganada, – entre otros, por elevada inseguridad jurídica expresada económicamente en un horizonte trazado – en esos contratos, era el de última instancia- para un ingreso petrolero generado bajo el total control del Estado/Gobierno; incluyendo desde luego, el ingreso perteneciente al socio del Estado venezolano, que como se sabe al no ejecutarlo PDVSA seria convertido en capital por parte del socio.



Este marco se inseguridad jurídica por derechos de propiedad mal definidos, es un factor del proceso de descapitalización de toda la industria nacional, incluida el asociado privado internacional; en muchas ocasiones siendo empresas de propiedad estatal igual al caso de PDVSA su socio. Hablar entonces de privatización no sería correcto, el riesgo soberano enfrentado por el socio, no sería gratuito, porque se expresaría como parte importante del riesgo país y con ello incrementaría sus costos de operación en el venture con PDVSA.



La estatización de la industria fue apalancada por el crecimiento de los precios. El ingreso petroleo -renta-  fluiría con mayores volúmenes, sin costos contemporáneos aparente -esos los estamos pagando después de la zafra- seria aplicado al proceso de estatización de la economía privada y gasto fiscal dirigido a agrandar el Estado (110%). Ese inmenso gasto fue agrandado por ingreso por endeudamiento dirigido a atender el llamado costo social, y aplicarse a programas redistributivos de uso directo en o indirecto, regidos por un costoso proceso político pervertido donde el natural gasto por derroche en manos de entidades burocráticas del Estado y el Gobierno, de la mano de la corrupción.



Todo ello dejo al final un amargo sabor, dado que al disminuir la renta del petroleo tanto por descapitalización de la industria y caída de los precios posterior, dejo a todo el mundo en el mismo sitio donde se había dado comienzo al régimen de reparto bajo la nuevas reglas, nueva constitución y nueva legislación y un gasto despilfarrado que supera los 550 mil millones de dólares -en 15 años- solo por ese concepto. De ello queda una monstruosa deuda y enormes costos hundidos que definirían un grado terminal de la industria petrolera por descapitalización, por desinversión y desviación del gasto operativo de PDVSA. Acá tendríamos la segunda y consecuente faceta de la asimetría mencionada.



El actual estado de la industria petrolera nos revela una gran verdad, aunque aún cubierta del velo de la ignorancia (Rawls) dado que la depredación de la industria petrolera se convirtió en consecuencia no intencionada, aunque dejando curioso consuelo político de que “no hay mal que por bien no venga”. Así, constatado el volumen de descapitalización -el cual ocurriría en algún punto del ciclo, en la baja- que ocurriría, y después de tragarse el hígado como Estado petrolero, pudo haber dejado otra oportunidad, quizás la última de seguir produciendo rentablemente petróleo. Solo que esta vez no habría” renta” para el reparto, sino una apuesta a que solo el mercado podría eventualmente fijar el grado de rentabilidad que el negocio petrolero venezolano pudiera aun tener, en un mercado global y con más dolientes, más productores y más oferta petrolera, en medio de grandes saltos tecnológicos con modelos de negocios que operan con incentivos privados, del capitalismo, para ser precisos.



Solo el mercado lo dirá, pero bajo la condición de serios cambios en la manera como se definen derechos de propiedad sobre el petroleo como commodity -producido y procesado- por inversión privada. Ello, desde luego, reducirá el ingreso petrolero como tensión fiscal, porque los impuestos quedaran como resortes e incentivos para que el capital pueda rodar. Desde luego, y el mundo se preguntará con razón, por qué hubo que andar por la costosa via de la destrucción de un inmenso capital que nos trajo la industria a niveles donde muchos se pregunta sobre la viabilidad que ella tiene viendo al futuro, un futuro incierto donde las tasas de sustitución marginal de unas energías por otras, sobrepasaron el umbral de costos y regulaciones como restricciones que lo impedían anteriormente.


Lea el informe complete aquí.

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