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Esta presencia en la economía tiene sus luces y sus sombras.
Por un lado, están llamadas a constituirse en uno de los motores fundamentales
de la productividad y el desarrollo; y por otro, las particularidades de su
desempeño empresarial limitan las aspiraciones económicas de los países.
Latinoamérica crea más empresas en comparación a Asia, por
ejemplo, pero tiene muchas firmas muy pequeñas, en general informales laboral y
productivamente hablando, y pocos emprendimientos medianos y grandes. Además,
las que sobreviven crecen más lentamente, generalmente a causa de un déficit
histórico en innovación que limita sus posibilidades expansivas.
En otras palabras, a pesar de su trascendencia en el tejido
comercial y productivo, su situación actual es, en el mejor de los casos,
bastante mejorable. Si aspiramos a que las mipymes jueguen un papel protagónico
en el progreso socioeconómico regional, deberemos apostar por políticas
públicas que promuevan al aumento de su competitividad, para que puedan mirar
cara a cara a sus pares en las economías más avanzadas.
El principal problema tiene que ver con el tamaño mismo de
las empresas y el escaso crecimiento y con la baja calidad del empleo que
generan. Latinoamérica crea más empresas en comparación a Asia, por ejemplo,
pero tiene muchas firmas muy pequeñas, en general informales laboral y
productivamente hablando, y pocos emprendimientos medianos y grandes. Además,
las que sobreviven crecen más lentamente, generalmente a causa de un déficit
histórico en innovación que limita sus posibilidades expansivas.
La consecuencia de esta situación es la esperada: baja
productividad, competitividad y eficiencia y, por ende, bajo crecimiento
económico y deficiente distribución del mismo. Se trata de un círculo vicioso
basado en que las pymes no suelen ofrecer empleos de calidad y por eso no
encuentran al capital humano avanzado, justamente el que está llamado a
introducir procesos innovadores que deberían impulsar el crecimiento y la
competitividad.
Ante esta situación, ¿qué podemos hacer para desatar el
potencial de las pequeñas y medianas empresas?
La respuesta pasa, entre otros factores, por el fomento de
la competencia, el fortalecimiento del capital humano y la innovación. Cuando
existe competencia, las empresas tienden a explorar nuevos mercados y nichos,
lo que contribuye tanto a su modernización, su crecimiento y, eventualmente, a
su internacionalización.
En relación a la mejora del capital humano, casta con las
siguientes cifras para evidenciar su trascendencia: cerca del 60% de
latinoamericanos trabajan en empresas de cinco o menos empleados; prácticamente
un tercio de los trabajadores latinoamericanos son autónomos o pequeños
empleadores, como se explica en el Reporte de Economía y Desarrollo 2013; y la
mayoría de los emprendedores ellos siguen siendo muy pequeños incluso tras
décadas de operación.
En lo que se refiere a la innovación, la región se encuentra
muy rezagada en comparación a Asia, Europa o Norteamérica, hecho que provoca,
entre otras consecuencias, que el crecimiento empresarial latinoamericano sea
más lento y menos sostenible. En promedio, las empresas latinoamericanas
invierten en I+D sustancialmente menos que las de países de ingresos altos, y
la mayor parte de esta inversión corre a cuenta del sector público. Pero la
falta de innovación en América Latina no solo implica a las mipymes. De hecho,
las multinacionales latinoamericanas también registran déficits de innovación
en relación a las multinacionales extranjeras.
Esta breve radiografía puede completarse con los altos
índices de informalidad laboral y productiva en la región. Para que la
formalización sea atractiva es necesario facilitar y disminuir los costos de
los procesos burocráticos para los empleadores y, al mismo tiempo, crear
incentivos como la simplificación de trámites, reducción en tasas impositivas,
creación de más programas de apoyo al desarrollo y financiamiento empresarial,
o programas de compras del estado dirigidas a las firmas más pequeñas.
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