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Los datos macroeconómicos son realmente ilusionantes: el PIB
crece por encima de la media europea, España crea empleo a un ritmo mayor que
sus vecinos y la balanza comercial es positiva. Sin embargo la otra cara de la moneda está
en la microeconomía que, habiendo mejorado ostensiblemente, no paramos de
escuchar que la bonanza económica no se deja sentir en el ciudadano de a pie.
Desde mi punto de vista esta expresión es incorrecta e injusta en tanto en
cuanto ha crecido la demanda, el consumo de las familias aumenta y la confianza
del consumidor crece. Naturalmente hay mucho trabajo por hacer, existe aún
mucha inestabilidad y ciertamente hay
algunas empresas que habiendo resistido la crisis, sus estructuras productivas
y financieras están realmente debilitadas.
La salida de una crisis económica conlleva inexorablemente a
un resquebrajamiento interno tanto del tejido empresarial como del consumo
privado. Aunque los cifras macro y micro a nivel global arrojen datos
positivos, el desequilibrio en los intestinos del país es alto.
Con esto, la clave para que paulatinamente continuemos por
la senda del crecimiento así como con un tejido empresarial más homogéneo y sin
tantos desequilibrios pasa una vez más por el apoyo a las pymes y a los
autónomos como verdaderos motores y dinamizadores de la economía. Todo lo que
no sea centrar esfuerzo en crear palancas y apoyos financieros para estos
colectivos será en vano si de verdad queremos una salida real de la crisis.
El tejido empresarial español se compone, en aproximadamente
un 80%, de pequeñas y medianas empresas (Pymes), muchas de las cuales se
caracterizan por su origen y carácter familiar, con problemas de financiación a
corto y medio plazo. Por norma general ocurre de diferente manera en las
grandes empresas en donde la financiación a largo plazo es el principal caballo
de batalla. A ello se une cierta reticencia al cambio de rutinas y sistemas
productivos antaño exitosos pero que en el contexto actual resultan poco
eficientes. Esta reticencia a sumergirse en las nuevas tecnologías viene
acompañada de la falta de recursos humanos capacitados para dar ese salto
cualitativo hacía la búsqueda de nuevos nichos de mercado, los cuales pasan
inevitablemente por ganar en competitividad y explorar el ámbito internacional.
La ausencia, además, de ayudas a la innovación y el
desarrollo, unido a los obstáculos burocráticos y cada vez más pesadas cargas
fiscales que soportan las pymes y autónomos, dibujan un panorama que no es el
más propicio para el cambio de modelo productivo que requiere la sociedad
española, que debe dejar atrás la economía del ladrillo cuya burbuja
inmobiliaria se ha convertido en la gran responsable de la profunda y singular
crisis económica que hemos atravesado en nuestro país.
En este sentido, conviene recordar que es cometido de la
administración apoyar a los emprendedores y empresarios para que logren
sobrevivir y puedan desarrollarse en un ambiente propicio, potenciando la
creación de nuevas empresas y negocios que den salida a los futuros
profesionales, ocupen el vacío existente en algunos terrenos, respondan a la
demanda existente y, en suma, eviten la fuga de talentos y la pérdida capital
humano, sin duda el recurso más importante que atesora la economía de un país.
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