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Una mesa de diálogo nunca produce victorias instantáneas. Una
mesa de diálogo no es un campo de guerra. Por el contrario, existe justamente
porque no se quiere llegar al campo de guerra o porque el campo de guerra ya ha
fracasado. Hablar de una mesa de diálogo en términos militares es un poco
absurdo. No hay reportes de bajas, no hay sangre. La ceremonia del diálogo es
más flexible y más ambigua que la ceremonia de las balas. Esa es su naturaleza.
Creer que quienes negocian no cometen errores sino traiciones forma parte
también de un moralismo fácil. Paradójicamente, así también se maneja el
chavismo: la política como un afecto. El triunfo de la vehemencia sobre el
discernimiento.
Escribo esto porque pienso que el liderazgo de la oposición
ha cometido grandes errores en el manejo político de la crisis. Pero no por eso
creo que haya que sumarse al pensamiento mágico de aquellos que denuncian que
ese liderazgo se ha rendido, ha claudicado, es desleal, entreguista, y pacta en
secreto con el enemigo. Pienso, más bien, que es muy cómodo ser un héroe
invisible y actuar como si el país fuera un videojuego. Los guerreros del
Twitter llaman a la calle pero no se mudan de sus teclados. Los devotos de la
peregrinación a Miraflores deberían dejar de quejarse y comenzar a marchar:
¿por qué no van?, ¿por qué no se lanzan de una vez con sus pies y con furia
hasta el Palacio de Gobierno?, ¿por qué no van y sacan a patadas a Nicolás
Maduro?, ¿qué los detiene?
Pero tampoco la tontería de aquellos que se sienten
radicales salva a la dirigencia opositora de sus propias equivocaciones. La
sensación general de que la mesa de diálogo es un retroceso que solo le da
ventajas al Gobierno no es un simple problema de comunicación. Ciertamente, al
menos eso creo, tiene mucho que ver con el lenguaje, con la ausencia de un
pensamiento y de un lenguaje político articulado en la dirigencia opositora. Con
la superficialidad con la que se asume el problema de la comunicación y del
lenguaje en la MUD. Pero
no es solo eso. También tiene que ver con el desorden de las agendas
personales, impuestas cada una como prioridades en el escenario de la crisis. Tiene
que ver con la falta de conexión con las angustias reales de los ciudadanos,
con sus vivencias y con sus códigos y sus maneras de expresar el descontento y
el anhelo de cambio.
Pienso que la élite oficialista también comparte estos
problemas. Pero tienen a su favor el Estado, el dinero público y la absoluta
falta de escrúpulos. Eso siempre ayuda a la hora de maquillar las divisiones y
dar imagen de coherencia. Sin duda alguna, tienen mucho más claro el problema
de la comunicación. El oficialismo vive en permanente modo de propaganda. No es
difícil predecir cómo manipularán los resultados de la mesa de diálogo para
reforzar la retórica en contra de la oposición “golpista y apátrida”. Lo que es
asombroso es que, después de 18 años, la oposición siga siendo políticamente
tan amateur.
El 20 de octubre se rompió el orden constitucional. Fue un
hito. Un día histórico. El día en que el oficialismo decidió que las elecciones
no eran el camino. El día en que muchos sectores del país entendieron que había
llegado el límite, que el gobierno de Nicolás Maduro no era democrático. Nada
de eso está reflejado en el comunicado leído ayer. Ya no parece que estamos
luchando por nuestros derechos a elegir y a decidir. Ahora parece que estamos
pidiendo permiso para ser democráticos.
Tampoco la
Venezuela más urgente aparece en ese comunicado. Detrás de la
diatriba discursiva de la ayuda humanitaria o el sabotaje económico, no está la
tragedia de la gente. No está toda la dimensión de la escasez, de la inflación,
del hambre, de la crisis de la salud, de la violencia…Una de las consecuencias
de la mesa de diálogo es la idea general de que, en realidad, el país no está
ahí. No tiene demasiado que ver con esas conversaciones. La idea de que quienes
conversan son dos élites en pugna, enfrascadas en una vieja confrontación. Pero
que están hablando de otra cosa. Que se pelean en un idioma extranjero. Que
cada vez tienen menos que ver con aquello que nos pasa día a día.
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