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No cabe duda de que en los países donde no existe un Estado
innovador o emprendedor, particularmente en los países en vías de desarrollo,
la acción del Estado para financiar e impulsar la investigación y la innovación
es un factor altamente limitante a la hora de pensar en el crecimiento
económico.
Incluso, en los casos de países donde existe crecimiento
económico medido por el producto interno bruto anual se observan tasas de
innovación muy bajas y pocos esfuerzos en investigación y desarrollo.
Allí no existe crecimiento económico real. El Estado
protector limita la investigación científica y la innovación, no solo por su
enfoque económico, también lo hace por su falta de empuje y despliegue de
políticas hacia los actores del Sistema Nacional de Innovación.
Es esta una de las tantas conclusiones que se generan
después de la reciente publicación del QS World University Rankings. Solo
evaluando el caso de los países de América Latina, donde el ranking midió cerca
de 90 universidades latinoamericanas de las 1.000 seleccionadas del mundo,
puede uno notar que no se trata necesariamente de universidades innovadoras, ni
tampoco de instituciones que impactan directamente en la economía nacional e
internacional.
Tampoco las más antiguas de la región que aparecen en el
ranking, como la Universidad Nacional Autónoma de México (lugar 128) y la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos (por encima del lugar 701), ambas fundadas en
1551, son universidades que destacan por su historia en investigación y en
consecuencia se refleja un alto impacto en la economía. Y esto es así, aun
cuando la primera –según el ranking– mantiene una alta calidad académica y de
investigación.
De manera que el significado de la capacidad innovativa en
el número de universidades identificadas por países es relativo. En este
contexto los datos aproximados que proporciona el ranking son los siguientes:
Brasil (22 universidades), Argentina (16 universidades), México (13
universidades), Chile (11 universidades), Colombia (10 universidades),
Venezuela (5 universidades), Costa Rica y Perú (3 universidades), Ecuador (2
universidades) Uruguay, Cuba y Puerto Rico (1 universidad).
Ciertamente, en la medición se hace énfasis en el número de
publicaciones, citaciones y patentes generadas, además de indicadores
imprescindibles que se acercan a la capacidad de las universidades en el campo
de la transferencia tecnológica cuando mide el esfuerzo en la
internacionalización de sus facultades y centros de investigación o de campos
específicos de investigación. Pero no todos estos indicadores están insertos en
conjunto en el número de universidades latinoamericanas seleccionadas.
Por lo tanto, no puede uno tener una imagen completa sobre
el papel de sus investigadores para generar innovación. Las universidades,
incluso, pueden reflejar un gran impacto en el ranking en el campo de la
medicina o la biotecnología, y pueden al mismo tiempo poseer un nivel bajo de
innovación.
En estas circunstancias, las universidades latinoamericanas
deben hacer grandes esfuerzos en responder al cómo en el ámbito de las
políticas. Aquí reside la verdadera autonomía de la universidad de los tiempos
actuales; en poder implementar instrumentos ya validados en el mundo para
transitar e impactar a partir de la investigación en la economía nacional.
Incluso estando en manos de un Estado y una economía proteccionista, de muy pocos
incentivos para la innovación.
Los datos actuales que reflejan la capacidad de dominio o de
influencia económica, control y exportación de materia prima en los países
latinoamericanos cuando son evaluados y medidos por la productividad y la
economía de la innovación de la próxima década, hace deducir que existe un alto
riesgo de que muchas de estas universidades tiendan a desaparecer y disminuyan
de forma dramática su nómina de investigadores.
Todo ello será producto fundamentalmente de una reducción drástica
del financiamiento estatal, el cual solo podrá orientar recursos a
universidades que posean las capacidades de dominio de conocimiento para la
innovación partiendo de la investigación básica, aplicada y de desarrollo
tecnológico. De manera que, hasta el mismo Estado protector se verá obligado a
financiar más la innovación universitaria que a la investigación universitaria
de modo tradicional.
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