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| Foto: Getty Images |
El filósofo escocés estaba convencido de que las instituciones de
gobierno -como los representantes políticos y los debates parlamentarios-
servirían para moderar nuestros deseos impulsivos y egoístas, y fomentar los
intereses y bienestar de la sociedad a largo plazo.
Hoy día, el punto de vista de Hume parece ser poco más que una ilusión,
ya que es tan evidentemente claro que nuestros sistemas políticos se han
convertido en la causa de una descontrolada miopía en lugar de ser una cura
para esta.
Muchos políticos a duras penas ven más allá de las próximas elecciones
y reaccionan de acuerdo a la más reciente encuesta de opinión o tuit.
Los gobiernos típicamente prefieren soluciones rápidas, como encarcelar
más criminales en lugar de abordar las causas sociales y económicas más
profundas del crimen. Las naciones discuten alrededor de mesas de conferencias,
enfocándose en sus intereses a corto plazo, mientras que el planeta arde y las
especies desaparecen.
A medida que los medios noticiosos de 24 horas diarias bombean los
últimos giros en la negociación del Brexit o se obsesionan con un comentario
improvisado del presidente de EStados Unidos, la temporalidad de la política
democrática moderna es absolutamente obvia.
Entonces, ¿habrá un antídoto a esta tendencia política de vivir en el
presente que pueda avanzar permanentemente el interés de las generaciones
futuras más allá del horizonte?
Fallas de los sistemas
democráticos
Empecemos con el quid del problema. Es común afirmar que el
cortoplacismo actual es simplemente el producto de las redes sociales y otras
tecnologías digitales que han acelerado la marcha de la vida política. Pero la
fijación en el ahora tiene raíces más profundas.
Uno de los problemas es el ciclo electoral, una falla inherente en el
diseño de los sistemas democráticos que produce horizontes políticos de corta
duración.
Los políticos pueden ofrecer tentadoras exenciones tributarias para
atraer votantes en la próxima contienda electoral, mientras ignoran los
problemas a largo plazo de los cuales escasamente pueden sacar poco capital
político inmediato, como lidiar con la descomposición ecológica, la reforma de
las pensiones o la inversión en la educación infantil temprana.
En los años setenta, esta manera miope de plantear políticas se conoció
como el "ciclo económico político".
A eso se le agrega la habilidad de los grupos de interés especial
-particularmente las corporaciones- de usar el sistema político para asegurarse
de obtener para sí mismos beneficios a corto plazo, mientras transfieren los
costos a largo plazo al resto de la sociedad.
Ya sea a través del financiamiento de campañas electorales o altos
presupuestos para el cabildeo, la interferencia corporativa en la política es
un fenómeno global que margina de la agenda las propuestas de políticas a largo
plazo.
La tercera y más profunda causa de temporalidad política es que la
democracia representativa sistemáticamente ignora los intereses del pueblo
futuro. Los ciudadanos del mañana están desprovistos de derechos, no hay entidades
-en la gran mayoría de los países- que representen sus preocupaciones ni
potenciales puntos de vista sobre las decisiones que sin duda afectarán sus
vidas.
La "tierra de nadie"
Es un punto ciego tan enorme que apenas lo notamos: en la década que pasé
como científico político especializado en gobierno democrático, simplemente
nunca se me ocurrió que las generaciones futuras estuvieran privadas de sus
derechos de la misma manera que los esclavos o las mujeres en el pasado. Pero
esa es la realidad.
Y es por eso que cientos de miles de escolares en todo el mundo,
inspirados por la adolescente sueca Greta Thunberg, han realizado huelgas y
marchas para que las naciones ricas reduzcan sus emisiones de carbono: ya están
hartos de los sistemas democráticos que los dejan sin voz y sutilmente borran
sus futuros del panorama político.
Ha llegado la hora de enfrentar una realidad inconveniente: que la
democracia moderna -especialmente en países ricos- nos ha permitido colonizar
el futuro. Tratamos el futuro como si fuera una colonia distante despoblada,
donde libremente podemos arrojar la degradación ecológica, el riesgo
tecnológico, el desperdicio nuclear y la deuda pública, y la cual podemos
saquear a nuestras anchas.
Cuando Gran Bretaña colonizó Australia entre los siglos XVIII y XIX, se
basó en la doctrina legal conocida como terra nullius -tierra de nadie- para
justificar su conquista y tratar a la población indígena como si no existiera o
tuvieran reclamo alguno sobre el territorio. Nuestra actitud hoy en día es una
de terra nullius. El futuro es un "período vacío", un territorio sin
reclamar que está igualmente desprovisto de habitantes. Como los territorios
distantes del imperio, está ahí para que nos hagamos de él.
El abrumador desafío que enfrentamos es reinventar la democracia misma,
superar su cortoplacismo inherente y abordar el robo intergeneracional que
subyace en nuestra dominación colonial del futuro. Cómo hacerlo es, creo, el
desafío político más urgente de nuestro tiempo.
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