lunes, 8 de abril de 2019

BBC Mundo: Por qué necesitamos reinventar la democracia – El Nacional (VEN)

Foto: Getty Images
"El origen del gobierno civil", escribió David Hume en 1739, está en que "los hombres no son capaces de curar radicalmente, ni en ellos mismos ni en otros, esa estrechez del alma que les hace preferir el presente a lo remoto".

El filósofo escocés estaba convencido de que las instituciones de gobierno -como los representantes políticos y los debates parlamentarios- servirían para moderar nuestros deseos impulsivos y egoístas, y fomentar los intereses y bienestar de la sociedad a largo plazo.

Hoy día, el punto de vista de Hume parece ser poco más que una ilusión, ya que es tan evidentemente claro que nuestros sistemas políticos se han convertido en la causa de una descontrolada miopía en lugar de ser una cura para esta.

Muchos políticos a duras penas ven más allá de las próximas elecciones y reaccionan de acuerdo a la más reciente encuesta de opinión o tuit.

Los gobiernos típicamente prefieren soluciones rápidas, como encarcelar más criminales en lugar de abordar las causas sociales y económicas más profundas del crimen. Las naciones discuten alrededor de mesas de conferencias, enfocándose en sus intereses a corto plazo, mientras que el planeta arde y las especies desaparecen.

A medida que los medios noticiosos de 24 horas diarias bombean los últimos giros en la negociación del Brexit o se obsesionan con un comentario improvisado del presidente de EStados Unidos, la temporalidad de la política democrática moderna es absolutamente obvia.

Entonces, ¿habrá un antídoto a esta tendencia política de vivir en el presente que pueda avanzar permanentemente el interés de las generaciones futuras más allá del horizonte?

Fallas de los sistemas democráticos

Empecemos con el quid del problema. Es común afirmar que el cortoplacismo actual es simplemente el producto de las redes sociales y otras tecnologías digitales que han acelerado la marcha de la vida política. Pero la fijación en el ahora tiene raíces más profundas.

Uno de los problemas es el ciclo electoral, una falla inherente en el diseño de los sistemas democráticos que produce horizontes políticos de corta duración.

Los políticos pueden ofrecer tentadoras exenciones tributarias para atraer votantes en la próxima contienda electoral, mientras ignoran los problemas a largo plazo de los cuales escasamente pueden sacar poco capital político inmediato, como lidiar con la descomposición ecológica, la reforma de las pensiones o la inversión en la educación infantil temprana.

En los años setenta, esta manera miope de plantear políticas se conoció como el "ciclo económico político".

A eso se le agrega la habilidad de los grupos de interés especial -particularmente las corporaciones- de usar el sistema político para asegurarse de obtener para sí mismos beneficios a corto plazo, mientras transfieren los costos a largo plazo al resto de la sociedad.

Ya sea a través del financiamiento de campañas electorales o altos presupuestos para el cabildeo, la interferencia corporativa en la política es un fenómeno global que margina de la agenda las propuestas de políticas a largo plazo.

La tercera y más profunda causa de temporalidad política es que la democracia representativa sistemáticamente ignora los intereses del pueblo futuro. Los ciudadanos del mañana están desprovistos de derechos, no hay entidades -en la gran mayoría de los países- que representen sus preocupaciones ni potenciales puntos de vista sobre las decisiones que sin duda afectarán sus vidas.

La "tierra de nadie"

Es un punto ciego tan enorme que apenas lo notamos: en la década que pasé como científico político especializado en gobierno democrático, simplemente nunca se me ocurrió que las generaciones futuras estuvieran privadas de sus derechos de la misma manera que los esclavos o las mujeres en el pasado. Pero esa es la realidad.

Y es por eso que cientos de miles de escolares en todo el mundo, inspirados por la adolescente sueca Greta Thunberg, han realizado huelgas y marchas para que las naciones ricas reduzcan sus emisiones de carbono: ya están hartos de los sistemas democráticos que los dejan sin voz y sutilmente borran sus futuros del panorama político.

Ha llegado la hora de enfrentar una realidad inconveniente: que la democracia moderna -especialmente en países ricos- nos ha permitido colonizar el futuro. Tratamos el futuro como si fuera una colonia distante despoblada, donde libremente podemos arrojar la degradación ecológica, el riesgo tecnológico, el desperdicio nuclear y la deuda pública, y la cual podemos saquear a nuestras anchas.

Cuando Gran Bretaña colonizó Australia entre los siglos XVIII y XIX, se basó en la doctrina legal conocida como terra nullius -tierra de nadie- para justificar su conquista y tratar a la población indígena como si no existiera o tuvieran reclamo alguno sobre el territorio. Nuestra actitud hoy en día es una de terra nullius. El futuro es un "período vacío", un territorio sin reclamar que está igualmente desprovisto de habitantes. Como los territorios distantes del imperio, está ahí para que nos hagamos de él.

El abrumador desafío que enfrentamos es reinventar la democracia misma, superar su cortoplacismo inherente y abordar el robo intergeneracional que subyace en nuestra dominación colonial del futuro. Cómo hacerlo es, creo, el desafío político más urgente de nuestro tiempo.

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