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Siendo uno de los pocos países que mantiene apoyo al régimen
de Nicolás Maduro, China ha quedado en una situación incómoda en el marco de la
grave crisis que atraviesa Venezuela. Las relaciones entre ambos países son muy
sólidas y han estado históricamente basadas en la necesidad de petróleo por
parte de China, el principal importador mundial. Fue Hugo Chávez quien abrió
las puertas a la potencia asiática, convirtiendo el vínculo en uno de los
pilares de su trasnochada “revolución bolivariana”.
Por aquel entonces, el precio del petróleo volaba, Chávez
emergía como líder absoluto en Venezuela y, además, se proyectaba como
referente de una región atravesada por una oleada de gobiernos
anti-norteamericanos.
Se trató de un escenario inmejorable para que se expanda en
toda la región la presencia económica de China, la gran superpotencia en
ascenso. Para el inicio del tercer mandato de Chávez, Venezuela se había
convertido en el cuarto proveedor de petróleo crudo de China y el principal
receptor de su financiamiento externo.
Gran parte de los préstamos chinos eran otorgados bajo el
mecanismo de pagos con petróleo. Hacia el ocaso de Chávez, China comenzó a
percatarse de la alarmante desinversión y desmanejos en el sector petrolero del
país caribeño.
La llegada al poder de Nicolás Maduro sólo empeoró las
cosas. Con la profundización de la crisis económica y social, el caudal de los
envíos de petróleo a China se fue reduciendo progresivamente. Para 2018, la
producción petrolera venezolana había caído a su mínimo en 70 años. Inversiones
chinas en refinación, ferrocarriles y telecomunicación, entre otros rubros, se
vieron igualmente comprometidas. Mientras tanto, la deuda venezolana con China
se seguía expandiendo. No hay datos precisos, pero se estima que Venezuela debe
unos 70.000 millones de dólares a China.
Esta mutua dependencia pareciera razón suficiente para
explicar el apoyo de China a Maduro. Sin embargo, China ante todo se ha
mantenido apegada a su histórico principio de política exterior de no
intervención en los asuntos internos de otros Estados. Así y todo, el
pragmatismo, otro de los principios de política exterior china, también ha
primado. La potencia comunista ha llamado al “diálogo internacional” para resolver
el conflicto y, sugestivamente, se conoció la suspensión de un megaproyecto de
refinación que PetroChina iba a realizar en conjunto con PDVSA.
Lo más probable es que China no modifique su postura, pase
lo que pase en Venezuela. Más allá del costo que esto pueda conllevar en
términos de la imagen de China en una región que, mayoritariamente ha avalado
al “presidente interino” Juan Guaidó, está claro que lo más beneficioso es
esperar, en cualquier escenario.
Si Maduro sobrevive, China quedará bien parada. Si hay una
guerra civil, con posible involucramiento militar estadounidense, el resultado
de ese seguro desastre será un fenomenal costo mayoritariamente a pagar por
Donald Trump y los entusiastas líderes del Grupo de Lima. Finalmente, si se
logra una transición pacífica, no caben dudas que el sucesor de Maduro
necesitará desesperadamente del financiamiento y las inversiones de China para
la reconstrucción del país. Sólo China puede comprar en las próximas décadas
las cantidades de petróleo que necesitará vender Venezuela.
En conclusión, China está adoptando una postura coherente en
el marco de la crisis venezolana, al tiempo que será un actor clave e
irremplazable para el futuro de Venezuela, sea cual fuere el desenlace de la
crisis. Lo peor que podría hacer China en estas circunstancias es apartarse de
sus principios históricos de política exterior.
Patricio Giusto es
politólogo. Profesor de la UCA. Director del Observatorio Sino-Argentino.
Miembro del Comité de Asuntos Asiáticos del CARI.
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