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2) ¿Estamos en presencia de un desahogo circunstancial,
expresión del estado de ánimo de una dirección política insegura que busca a
través del chantaje obtener los objetivos que persigue? Pienso que no. Que más
bien se trata de una política deliberadamente concebida para presionar a las
instituciones —y a quienes las dirigen— y lograr lo que le resulta imposible
obtener en el debate democrático.
3) La línea del chantaje constituye una degradación de la
política. Es un recurso perverso que, en la práctica, revierte contra aquellos
que lo emplean —salvo en el caso de quienes tienen “rabo de paja”—. Porque no
inhibe ni atemoriza a las víctimas y deja mal parado a quienes lo usan. Resulta
inaceptable que mediante el anuncio de marchas de carácter desestabilizador se
amenace a instituciones como el Consejo Nacional Electoral para que adopte
decisiones que debe tomar soberanamente.
De acuerdo con este proceder —caso de ser aceptado—, los
órganos del Estado perderían legitimidad y quedarían cautivos de las maniobras
que se realicen fuera de su competencia. Esta situación acaba con el Estado de
derecho y afecta el funcionamiento de las instituciones que, en la práctica,
dependería de un inefable uso del derecho a manifestar. Es inaceptable plegarse
a semejante situación. Hay que rechazarla con vehemencia.
Al llamado a resolver la política mediante el chantaje, hay
que responder que quienes lo plantean de tal modo tienen que estar dispuestos a
correr con las consecuencias. Que luego no chillen, como hasta ahora lo vienen
haciendo. Porque la pelea es peleando, cuando la situación es llevada al
terreno de la confrontación abierta y sin reglas claras.
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