jueves, 3 de noviembre de 2016

El Papa espera un «milagro» en el diálogo en Venezuela, por Juan Vicente Boo – ABC


Fuente: AFP
Por mucho que el Papa Francisco se vuelque en promover el diálogo en Venezuela, su esfuerzo es inútil cuando las dos partes, tanto Nicolás Maduro como la oposición, están absolutamente decididos a no negociar y a acusarse mutuamente de intento de golpe de estado.

La última semana ha sido amarga para el Vaticano, que ha visto cómo las dos partes en liza en Venezuela tiran por la borda cada oportunidad de evitar una tragedia, y como terceros países contribuyen a exacerbar los ánimos, aun a riesgo de desencadenar un desastre en el país.

El Pontífice conoce muy bien la situación interna venezolana  y ha demostrado hasta ahora una paciencia a prueba de fuego, sabiendo que cada iniciativa suya no será puesta en práctica sino manipulada por gobierno y oposición para agredir a la otra parte ante la opinión pública mundial. El marco de diálogo promovido laboriosamente por el Vaticano, ha sido rechazado por la oposición, cuyos dirigentes parecen competir por ser los más reacios a negociar con el gobierno.

El líder opositor Henrique Capriles anunció hace tres días que «no vamos a ir a Isla Margarita», donde se habían previsto inicialmente las conversaciones. Capriles desafió abiertamente al presidente: «Agarre, señor Maduro el teléfono y ordénele a la señora Tibisay Lucena que en las próximas horas coloquen las fechas del 20 por ciento», en referencia a la recogida de las firmas necesarias para llevar a cabo el referéndum revocatorio.

Desde hace tiempo, el Vaticano se encuentra en una situación imposible. Nicolás Maduro, que no escucha a su pueblo, tampoco hace caso al Papa. El hecho de que el Santo Padre le haya recibido en el Vaticano no supone, en absoluto, un apoyo político, sino solo seguir la norma de tratar siempre con los gobiernos «de facto», que tienen en sus manos la suerte de un país.

La visita sorpresa de Maduro el pasado lunes era un buen paso en el sentido de que el régimen chavista aceptaba el diálogo, pero no garantizaba en ningún caso que vaya a mantenerlo de buena fe. A su vez, la oposición lo considera inútil, por lo que las opciones se reducen.

La Santa Sede recibe un diluvio de cartas y comunicaciones sobre Venezuela, un país donde millones de ciudadanos sufren las consecuencias durísimas –falta de alimentos, de medicinas y de esperanza- del bloqueo político interno. En una carta reciente, el director para el hemisferio americano de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco, afirmó que el diálogo solo servirá que Nicolás Maduro haga «promesas vacías y deshonestas y para ganar tiempo», pues «un diálogo entre el Gobierno y la oposición no es una conversación entre iguales».
Injerencias

Al tiempo que nota el desinterés por esa opción, el Vaticano ve la mano de terceros países que aumentan el riesgo azuzando a la oposición a despreciar el diálogo y promoviendo un clima hostil a las iniciativas conciliadoras del Papa, a quien piden lo imposible: convencer a Maduro de que se vaya.

En este contexto, pocos se engañan en Roma sobre lo difícil que será que las negociaciones lleguen a buen puerto. El problema de fondo de Venezuela lo resumió en pocas palabras el venezolano Arturo Sosa, nuevo superior general de los jesuitas y destacado politólogo, que comentó en su primera comparecencia ante la prensa que el problema es el «rentismo» creado por el chavismo, un sistema en el que el Gobierno percibe los beneficios del petróleo y se ocupa de abastecer a los ciudadanos.

Según Sosa, ese sistema impide la consolidación de una sociedad democrática, pues envilece la relación de los ciudadanos con el Estado y mata la iniciativa privada. Sosa alerta de que la oposición a Nicolás Maduro no tiene un modelo alternativo a este.

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