Fuente: AFP |
La última semana ha sido amarga para el Vaticano, que ha
visto cómo las dos partes en liza en Venezuela tiran por la borda cada
oportunidad de evitar una tragedia, y como terceros países contribuyen a
exacerbar los ánimos, aun a riesgo de desencadenar un desastre en el país.
El Pontífice conoce muy bien la situación interna venezolana y ha
demostrado hasta ahora una paciencia a prueba de fuego, sabiendo que cada
iniciativa suya no será puesta en práctica sino manipulada por gobierno y
oposición para agredir a la otra parte ante la opinión pública mundial. El
marco de diálogo promovido laboriosamente por el Vaticano, ha sido rechazado
por la oposición, cuyos dirigentes parecen competir por ser los más reacios a
negociar con el gobierno.
El líder opositor Henrique Capriles anunció hace tres días
que «no vamos a ir a Isla Margarita», donde se habían previsto inicialmente las
conversaciones. Capriles desafió abiertamente al presidente: «Agarre, señor
Maduro el teléfono y ordénele a la señora Tibisay Lucena que en las próximas
horas coloquen las fechas del 20 por ciento», en referencia a la recogida de
las firmas necesarias para llevar a cabo el referéndum revocatorio.
Desde hace tiempo, el Vaticano se encuentra en una situación
imposible. Nicolás Maduro, que no escucha a su pueblo, tampoco hace caso al
Papa. El hecho de que el Santo Padre le haya recibido en el Vaticano no supone,
en absoluto, un apoyo político, sino solo seguir la norma de tratar siempre con
los gobiernos «de facto», que tienen en sus manos la suerte de un país.
La visita sorpresa de Maduro el pasado lunes era un buen
paso en el sentido de que el régimen chavista aceptaba el diálogo, pero no
garantizaba en ningún caso que vaya a mantenerlo de buena fe. A su vez, la
oposición lo considera inútil, por lo que las opciones se reducen.
La Santa
Sede recibe un diluvio de cartas y comunicaciones sobre
Venezuela, un país donde millones de ciudadanos sufren las consecuencias
durísimas –falta de alimentos, de medicinas y de esperanza- del bloqueo
político interno. En una carta reciente, el director para el hemisferio
americano de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco, afirmó que el diálogo
solo servirá que Nicolás Maduro haga «promesas vacías y deshonestas y para
ganar tiempo», pues «un diálogo entre el Gobierno y la oposición no es una
conversación entre iguales».
Injerencias
Al tiempo que nota el desinterés por esa opción, el Vaticano
ve la mano de terceros países que aumentan el riesgo azuzando a la oposición a
despreciar el diálogo y promoviendo un clima hostil a las iniciativas
conciliadoras del Papa, a quien piden lo imposible: convencer a Maduro de que
se vaya.
En este contexto, pocos se engañan en Roma sobre lo difícil
que será que las negociaciones lleguen a buen puerto. El problema de fondo de
Venezuela lo resumió en pocas palabras el venezolano Arturo Sosa, nuevo
superior general de los jesuitas y destacado politólogo, que comentó en su
primera comparecencia ante la prensa que el problema es el «rentismo» creado
por el chavismo, un sistema en el que el Gobierno percibe los beneficios del
petróleo y se ocupa de abastecer a los ciudadanos.
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