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Fuente Web |
En medio de una crisis económica que tiene a millones de
venezolanos luchando por conseguir alimentos básicos, la pequeña cervecería
Social Club pareciera estar fuera de lugar vendiendo botellas de cerveza
artesanal por el equivalente a dos días de sueldo mínimo.
Pero el negocio está floreciendo.
La demanda de la cerveza de Social Club regularmente supera
los 3.000 litros
que produce al mes, de acuerdo a sus dueños. La mayoría se vende los fines de
semana en un festival instalado en el garaje de su pequeña planta de producción
en Caracas.
Cervecerías como esta son un recordatorio de que a pesar de
los crecientes problemas sociales causados por la crisis económica del país, el
apetito por productos de alta gama se mantiene entre los venezolanos que pueden
costearlos.
Al mismo tiempo, estos pequeños negocios están tratando de
labrarse un nicho de mercado ante una eventual recuperación.
“El venezolano sigue siendo un ser vanidoso que le gusta
estar a la vanguardia, que le gusta ser visto, que le gusta la moda. Bueno,
esta moda ha calado bien”, dijo Víctor Querales, de 32 años, uno de los dueños
de Social Club.
“Sigue habiendo un mercado ‘premium’ que no es muy sensible
a los precios”, agregó.
El país cuenta ahora con unas 30 cervecerías artesanales con
operaciones comerciales, que suministran bebidas alcohólicas de a restaurantes
o licorerías de alta gama u ofrecen cervezas hechas a la medida para fiestas o
bodas, según la Asociación de Cerveceros Artesanales de Venezuela.
Aún así, la fermentación artesanal representa menos del 1%
del mercado, dominado por la gigante Cervecería Polar y su rival, Regional.
Pero en los últimos cinco años han surgido emprendimientos
como Norte del Sur y Pisse Des Gottes, ambos ganadores de medallas en concursos
internacionales.
La prosperidad de los cerveceros artesanales contrasta con
la de la industria del país, que opera muy por debajo de su capacidad, ya que
la inflación de tres dígitos y el restrictivo control gubernamental de venta de
divisas hacen casi imposible la producción a gran escala.
Social Club además ofrece recorridos para explicar su
proceso de fabricación y tiene un bar adyacente a su fábrica que vende
diferentes tipos de cerveza que van desde stout a saison.
Su volumen de producción es pequeño: cerca de un 2% de los
1,8 millones de litros al año que la Asociación de Fabricantes de Colorado
describe como el máximo para tener la denominación “micro cervecería” en
Estados Unidos.
Aunque el costo de una Social Club es exorbitante según los
estándares locales, está entre las cervezas artesanales más baratas del mundo:
alrededor de 0,80 dólares por un vaso de 354 mililitros, al tipo de cambio del
mercado paralelo local.
En Estados Unidos probablemente cobrarían al menos cinco
veces más por un producto similar.
Nación de bebedores de cerveza
A pesar de los aspectos positivos, los costos son una
preocupación.
La cebada y el lúpulo deben ser importados, porque no crecen
en el clima tropical de Venezuela, exponiendo a los cerveceros a la merced del
bolívar que se deprecia continuamente.
Y a menudo los emprendedores explican que su mayor desafío
es atraer a los venezolanos que no están acostumbrados a las cervezas con
sabores más fuertes y de mayor grado alcohólico.
Pero creen que hay espacio para crecer, en gran parte porque
los venezolanos siempre han sido ávidos bebedores de cerveza.
En 2010, en pleno auge económico impulsado por el petróleo,
la nación miembro de la OPEP tuvo el consumo de cerveza per cápita más alto de
Latinoamérica y el noveno más alto del mundo, según cifras recopiladas por la
firma japonesa Kirin Holdings, dueña de cervecerías en Brasil y Australia.
El consumo per cápita cayó al lugar 25 en el mundo en 2015,
cuando el derrumbe de los precios del petróleo empujó a la economía hacia la
recesión.
Algunos jóvenes toman clases de elaboración de cerveza
llenos de planes para fundar nuevos negocios, sólo para terminar vendiendo sus
equipos para recaudar dinero y emigrar, según dijeron cerveceros involucrados
en estos entrenamientos.
Pero también hay sorprendentes historias éxito.
El arquitecto Gustavo Izarra comenzó a hacer cerveza en casa
después de visitar a su hija en Bélgica y fundó Cerveza Caleta en 2015.
Desde entonces, se ha convertido en el consultor de
referencia para el diseño de cervecerías, incluyendo para Social Club, que está
mejorando sus instalaciones.
“La gente tiene un bajo poder adquisitivo, terminas teniendo
un producto que para la mayoría es incomprable porque tiene muchísimas
necesidades que cubrir antes de beberse una cerveza artesanal”, dijo Izarra de
60 años.
“Aun así, hay un grupo de personas cada vez mas interesados:
vienen a probar la cerveza artesanal por curiosidad, por interés, por cultura”,
agregó.
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